jueves, 4 de diciembre de 2014

La asistencia sexual sí existe: algunas respuestas para seguir pensando el modelo “del placer”

Al hilo de la aparición en las redes sociales de la nota "¿Existe la asistencia sexual?", Víctor Ariel Pagano, filósofo y miembro de Sex Asistent Argentina, escribe el siguiente post...

El 2 de diciembre, Iñaki Martinez García, presidente de la Asociación de Profesionales de la Asistencia Personal de España, publicó una nota en la página de la asociación titulada “¿Existe la asistencia sexual?” (http://www.asociacionasap.es/existe-la-asistencia-sexual/). Esta nota finaliza con algunas preguntas que el autor deja sin responder y que retomaré en esta breve entrada. Sin embargo, tuve el placer no sólo de conocer personalmente al autor, sino además de verlo trabajar y charlar con él, por lo que tengo cierta seguridad de que el haber dejado esa preguntas sin respuestas deberíamos leerlo más como una invitación al debate como que como una carencia de opinión al respecto. La nota es interesante, en tanto marca algunas tensiones presentes en el debate sobre la definición que debería adoptarse para dicho concepto, en torno a tres “modelos” o paradigmas: el de la terapia, el del placer y el del voluntariado. Si bien los invito a leerla, para ganar en agilidad (inevitablemente necesaria para la lectura desde la web) copio aquí algunos breves pasajes. Promediando la nota, Martinez García pinta un cuadro de la situación: 
...he podido comprobar que, en general, a la hora de abordar este tema existen dos enfoques distintos. Por una parte el enfoque terapéutico, en el cual la figura del asistente sexual no es ni más ni menos que la del surrogate, es decir, es lo mismo pero con otro nombre. Y por otra parte el enfoque que podríamos llamar “del placer”, sin terapia, que no es más que sexo a cambio de dinero, es decir, trabajo sexual, pero otra vez el mismo perro con distinto collar. Por último existen algunas experiencias, a mi modo de ver no muy acertadas, que consisten en abordar la asistencia sexual desde el voluntariado, con la única intención de esquivar un tema por desgracia todavía complicado, como es el del trabajo sexual.” 
Como podemos ver, se delinean aquí tres modelos, dentro los que a la vez podríamos encontrar submodelos: el que proviene de los abordajes terapéuticos de la sexualidad, que no necesariamente quiere decir que encaren la sexualidad en sí misma como una terapia; el modelo “del placer”, que sería en realidad una especie de disfraz para el trabajo sexual; y un tercer modelo que no es tomado del todo en cuenta por el autor, el del voluntariado. Nuestra posición claramente se encuentra dentro del segundo modelo, el del placer, y por ese respondo aquí. El modelo “del placer” no reniega de su fuerte relación con el trabajo sexual. Si estamos pensando en la sexualidad como fuente de placer -para concentrarnos en ese aspecto de la sexualidad, porque tampoco desconocemos que la sexualidad tiene otras dimensiones importantísimas- resulta lógico pensar que dicha actividad sea ejercida por quienes brindan dicho placer sexual a cambio de dinero. Sin embargo, no creemos que se trate de otro collar para el mismo perro. La sexualidad de las personas presentan características siempre particulares, pero dentro de esas particularidades pueden establecerse, aunque fuese de manera heurística, algunos patrones. Esos patrones pueden hacer al placer, pero también al cuidado. Nadie forzaría, por ejemplo a una persona de edad avanzada con antecedentes cardíacos, a prácticas sexuales que requieran un esfuerzo físico muy intenso. Llevar el placer a esos límites sería irresponsable. 

Muchas veces, consideraciones de este mismo tipo, que hacen al cuidado -y “cuidado” toma aquí un sentido casi “técnico”, que en nada quiere relacionarse con el sentido ancestral de cuidado como “guarda”- en las prácticas, son desconocidas en cuanto a la necesidad de su aplicación en personas con diversidad funcional. Difundir la necesidad y la oportunidad de estos cuidados es parte de una sexualidad más placentera. Llamamos, por tanto, “asistencia sexual” a una práctica propia del trabajo sexual que está adecuadamente informada de esa necesidad y esa oportunidad y que, al menos por el momento, no es para nada mayoritaria como para poder considerar que “asistencia sexual” y “trabajo sexual” puedan identificarse. 

Hecha esta aclaración, pasemos entonces a las preguntas que sugiere el Martínez García: 
La definición ¿debería venir de las propias personas con diversidad funcional, de la misma manera que se definió la figura del asistente personal? 
No intento poner en duda las prerrogativas propias de un colectivo para definir aquellos aspectos de su propia vida que les incumbe especialmente, pero creo necesario mencionar que la voz del colectivo es imprescindible, pero en lo personal, no creo que debería que ser exclusiva. El colectivo de personas con diversidad funcional (y si es que consideramos que la idea de diversidad funcional nos permite a hablar de “colectivo”, por mor del argumento vamos a suponer que sí) es un colectivo con características particulares: existen miembros del mismo en todas las clases sociales, en todas las profesiones, en todas las religiones, etcétera. No es un colectivo que se agrupe en torno a características propiamente nacionales, por ejemplo, confinado a determinados roles dentro de la sociedad como es el caso de muchos inmigrantes en muchos lugares del mundo -aunque no se puede desconocer tampoco que en muchos casos las personas con diversidad funcional siguen siendo activa o pasivamente segregado de la vida en la sociedad. Por eso podríamos pensar que las relaciones con otros “roles” en la sociedad está dado de hecho y eso diluye en parte la importancia de extender los diálogos a todos los que quieran tomar parte. Sin embargo, desde este enfoque, existe al menos otro colectivo interesado: el de quienes lleven a cabo la asistencia sexual. Por lo que ya tenemos una primera respuesta a la pregunta. 

Ahora, ¿deberían ser estos dos grupos quienes monopolicen por tanto la iniciativa y el diálogo sobre la temática? Sinceramente, no veo por qué, en tanto se respete la participación preponderante de estos dos grupos. 
¿Debe estar vinculada a la figura del asistente personal, adoptando de esta su forma de hacer las cosas y la filosofía de la cual proviene, la filosofía de vida independiente, aportando de esta manera, una continuidad en los apoyos para que la persona con diversidad funcional pueda gestionar su vida de la misma forma, sea cual sea el ámbito en el que se encuentre? 
Sin duda la asistencia sexual debería permitir a las personas con diversidad funcional tomar sus propias decisiones en cuanto a las prácticas a llevar a cabo. Pero en esto no difiere de otras formas de contrato por trabajo sexual. En tanto permite concretar diferentes prácticas en torno a la propia sexualidad, creemos que es una forma de “gestionar su vida”. 

Por otro lado, esos cuidados de los que hablamos nos permiten también hablar o no de “acompañamiento sexual” para parejas, donde un tercer miembro, activo o no en la práctica, facilita el encuentro sexual. En este segundo sentido la noción de “acompañamiento” parece verse todavía más emparentada aquí con la de “apoyo”. 
Si dejamos a un lado las tareas que le corresponden a la figura del surrogate y al trabajo sexual ¿Qué tareas realizaría el asistente sexual? 
Quizá esta sea una pregunta que no nos atañe del todo, en tanto no renegamos de la relación con el trabajo sexual. Y de hecho, la pregunta implica la idea de que la asistencia sexual es una figura esencialmente distinta a esas otras dos que menciona. En lo personal, no encuentro otras “tareas” a realizar, ni entiendo por qué no podrían realizarlas de acuerdo a lo descripto más arriba.
¿Podrían estas tareas ser incorporadas a las tareas del asistente personal? 
Esta pregunta viene a mano de la anterior. Y, efectivamente, podrían, de estar de acuerdo ambas partes. No entraré aquí a mencionar si es conveniente o no, si los roles podrían tornarse confusos o largos etcéteras que nos alejarían del punto nodal, porque no se trata de comprimir dentro de reglas y recetas estrictas. La sexualidad ya ha probado esos caminos (y está saliendo de ellos espantada). Pero para un análisis más detallado sobre el tema, los invito a revisar esta entrada del blog de Rafael Reoyo, “Cuerpos abyectos entrelazando vidas”, de quien citaré a su vez una última reflexión: 
Cuando hablamos de asistencia o acompañamiento sexual no inventamos nada. Simplemente pretendemos ampliar unos derechos ya existentes hacia el colectivo de personas con diversidad funcional, en base a las solicitudes de sus protagonistas empoderados y orgullosos de su cuerpo. En ningún caso, debe de ser considerada la única opción sexual para estas personas.
Como opción libre, independiente e informada es una alternativa para aquellas personas con diversidad funcional que no pueden satisfacer sus necesidades sexuales o que encuentran grandes dificultades para lograrlo. Todas las personas somos seres sexuados y tenemos el derecho y la necesidad de disfrutar de relaciones sexuales plenas, saludables y placenteras. Por desgracia, existe un porcentaje muy alto de personas con diversidad funcional que no tiene acceso a compartir su sexualidad con otra persona y, a menudo, ni siquiera acceso a su propio cuerpo.
En ese sentido la asistencia sexual no es un fin en si mismo, sino un medio para ayudar a cada persona a encontrar la manera de vivir su sexualidad. No se trata simplemente de cubrir una necesidad inmediata, sino de descubrir, de sentir, de desear y ser deseado, de autoestima, de empoderamiento...”

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Cuerpos abyectos entrelazando vidas (Somateca, 28 de noviembre)

El pasado día 28 fuimos invitados a participar a la mesa 'Diversexx[y]s' enmarcada en las 'Jornadas creep-queer: Cuerpos abyectos entrelazando vidas', organizadas por el colectivo Somateca en el Museo Nacional Reina Sofía de Madrid. A continuación resumo la aportación de Sex Asistent a los principales temas tratados allí...


Las actuales alianzas entre colectivos discriminados sintetizan dos luchas históricas:
  • La de los derechos civiles y sexuales en igualdad de oportunidades de las personas con diversidad funcional
  • La de los movimientos disidentes al sometimiento político de los cuerpos por los estándares de belleza y de una sexualidad estandarizada. En esa rebelión al sometimiento del cuerpo y los derechos sexuales, por primera vez se visibilizan las personas con diversidad funcional como sujetos de derechos orgullosos de sus cuerpos diversos y en rebeldía ante modelos hegemónicos de cuerpos y de practicas sexuales. 
La idea de divertad propuesta por Javier Romañach es vinculable al ámbito de la sexualidad. La idea persiguiría crear una sociedad diversa y, desde ella, una humanidad inclusiva.
En ese sentido, Sex Asistent es un agente de cambio, de transformación, de reveldía y de resistencia al sometimiento del cuerpo, de la diversidad humana y de la sexualidad como dispositivo de control. Es un proyecto internacional, presente en 6 países (España, Argentina, Venezuela, Colombia y Francia), de índole académico y de investigación sobre sexualidad en diversidad con enfoque en DDHH y de promoción de la asistencia sexual como herramienta de empoderamiento e igualdad de oportunidades creado por Silvina Peirano en 2012 en Barcelona a partir de los espacios de Mitología de la Sexualidad Especial y Sex Asistent y la Filosofía de Vida Independiente como base ideológica. Propiciamos espacios de acción y participación (encuentros, charlas, debates...) para la difusión de la figura del asistente sexual dentro del amplio marco referencial de la sexualidad, la diversidad funcional y la asistencia/acompañamiento sexual.

La relación que mantiene la sociedad con las personas con diversidad funcional suele ser de subordinación. Nosotros proponemos el empoderamiento de las personas con diversidad funcional a través de su sexualidad, y creemos que solo de esta forma dejaran de ser vistos como niños eternos y asexuados para pasar a ser considerados personas adultas empoderadas que toman decisiones entorno a su propia vida. Por lo tanto, la propuesta nos lleba a un modelo social de diversidad inclusiva y en divertad, es decir, en libertad y con dignidad, en la que quepamos todas/os. Y eso es el primer paso para considerar a las personas con diversidad funcional como seres no solamente sexuados sinó como objeto de deseo, porque la diversidad quedará asimilada socialmente como algo natural. 

Además, este proyecto aporta a la sociedad en general un replanteamiento de los modelos de sexualidad-es y de entender y asimilar la diveridad humana, porque la sexualidad es diversa en si misma.

Cuando hablamos de asistencia o acompañamiento sexual no inventamos nada. Simplemente pretendemos ampliar unos derechos ya existentes hacia el colectivo de personas con diversidad funcional, en base a las solicitudes de sus protagonistas empoderados y orgullosos de su cuerpo. En ningún caso, debe de ser considerada la única opción sexual para estas personas.

Como opción libre, independiente e informada es una alternativa para aquellas personas con diversidad funcional que no pueden satisfacer sus necesidades sexuales o que encuentran grandes dificultades para lograrlo. Todas las personas somos seres sexuados y tenemos el derecho y la necesidad de disfrutar de relaciones sexuales plenas, saludables y placenteras. Por desgracia, existe un porcentaje muy alto de personas con diversidad funcional que no tiene acceso a compartir su sexualidad con otra persona y, a menudo, ni siquiera acceso a su propio cuerpo.

En ese sentido la asistencia sexual no es un fin en si mismo, sino un medio para ayudar a cada persona a encontrar la manera de vivir su sexualidad. No se trata simplemente de cubrir una necesidad inmediata, sino de descubrir, de sentir, de desear y ser deseado, de autoestima, de empoderamiento... Con la creación de la figura del asistente sexual se demuestra que las personas con diversidad funcional, por el echo de serlo, no tienen problemas para ejercer sus derechos sexuales siempre y cuando cuenten con los apoyos técnicos y/o humanos necesarios. Cualquier problema en este sentido es derivado de la discriminación, el apartheid y la anulación de la personalidad a la que a menudo son sometidos y que no les permite vivir en comunidad y en igualdad de oportunidades, y también por el rechazo social hacia sus cuerpos alejados de los estándares estéticos. Por lo tanto, no son susceptibles de terapias relacionadas con su sexualidad por el mero hecho de ser diferentes a la mayoría estadística.

En cuanto a si la asistencia sexual es o no prostitución creemos que es un debate estéril, porque hay tantas opiniones y matices como personas. La asistencia sexual es, ante todo, un acuerdo libre entre dos personas y, como tal, debe de ser respetado y no ser tratado únicamente desde las creencias éticas, morales y religiosas de terceras personas. Por ese mismo motivo, tampoco vemos viable esperar a que la figura del asistente sexual se normalice y regularice. Si consideramos que los derehos sexuales son un derecho humano (así lo reconoce la OMS) no necesitamos la aprovación de nadie para ejercerlos. De lo contrario, los prejuicios morales asfixiarian el desarrollo personal de todo un colectivo de personas discriminadas por su diversidad funcional.

Lo que está claro es que el concepto de prostitución debería de ser revisado. Este no es más que un oficio en el cual una persona decide realizar un trabajo especializado con su propio cuerpo a cambio de una retribución económica. Pero es que eso es exactamente lo que se hace en toda relación laboral. Con la coyuntura socioeconómica actual, gracias a la cual la explotación laboral se generaliza en pro de la productividad y el beneficio desmesurado, se ven obligadas a 'prostituirse' millones de vidas a cambio de salarios irrisorios y condiciones laborales denigrantes.

Los biopoderes han trasgiversado la personalidad, como rasgo identitario y diferenciador del resto de inviduos, con la identificación del individuo mediante su cuerpo dominado por los poderes médicos y estéticos de sometimiento del cuerpo. Y es en ese error dónde se confunden los términos, pues en cualquiera de los servicios sexuales de pago, el que contrata el servicio no paga para comprar al trabajador del sexo, ni tampoco su cuerpo entendido cómo objeto, sino el servicio que ofrece. Y si el problema es que ese trabajador muestra su cuerpo desnudo, también lo hacen voluntariamente muchas otras personas desde sus respectivas profesiones, por ejemplo actores y actrices, y nadie se rasga las vestiduras por ello.

Por su parte, el orígen etimológico de la palabra 'asistir' hace referencia tanto a "estar presente" como "ayudar". Sin embargo, la nomenclatura 'asistente/a' se asimila demasiado a 'asistencialismo', que es precisamente justo lo contrario que se pretende con la Filosofía de Vida Independiente con la figura del asistente/a personal. Para evitar malos entendidos y confusiones, consideramos que deberían también revisarse esos términos para adecuarlos a lo que realmente se refieren sin que haya ninguna ambigüedad: ayudas humanas para que las personas con diversidad funcional tengan igualdad de oportunidades.

El nombre pues de asistencia sexual se usa por analogía ideológica. Esta actividad existe y es legal desde hace casi 30 años, mucho antes de que en España ni siquiera se hablara de asistencia personal para personas con diversidad funcional. Nosotros consideramos que las dos figuras laborales no deben de recaer en la misma persona. Primero porque nadie tiene derecho a saberlo todo de una misma persona, vulnerándose así el derecho a la intimidad de las personas con diversidad funcional.

Segundo, porque vinvular la asistencia sexual a la asistencia personal supondría una discriminación dentro de la discriminación. Actualmente, los beneficiarios en España de un servicio de asistencia personal son una inmensa minoria. Por lo tanto, vinculadar las dos cosas supondría una exclusión dentro de la exclusión como es la diversidad funcional respecto al conjunto de la sociedad.

Y tercero, porque al ser una relación laboral en la que el 'asistido' se encuentra en una relación laboral de poder (es el que selecciona y contrata mediante pago directo), podrían crearse relaciones de dominación invertidas. Para evitarlas, mientras que la relación laboral con el asistente personal si que puede ser contractual por periodos largos y sus quehaceres estan más o menos claros, el asistente sexual solo podría ser contratada para realizar un servicio concreto y determinado en el tiempo para garantizar los derechos por ambas partes.